Los
animales pueden aportar importantes enseñanzas a los niños. Su
conocimiento y estudio está lleno de oportunidades a través de las
que trasladar a los más jóvenes diferentes referencias de
compañerismo y superación. Los animales domésticos, además,
tienen la indudable ventaja de su cercanía; conviven con nosotros
desde hace miles de años lo que los posiciona como un referente
cercano y muy familiar. Pero esa cercanía tiene un lado peligroso,
paradójicamente es esa convivencia la que a veces provoca incidentes
nacidos de la ignorancia que, afortunadamente, en la mayoría de los
casos, son perfectamente evitables.

Los
adultos muchas veces sobreprotegemos a los niños y utilizamos el
miedo para lograr ciertos comportamientos en ellos. De todos es
conocido cómo los cuentos infantiles tradicionales parcelaban el
entorno del niño entre lugares seguros e inseguros. Caperucita roja,
es un buen ejemplo; no había que aventurarse en el bosque a según
qué horas pues podía comerte el lobo, así sin más explicaciones.
El pobre lobo es, gracias a estos cuentos, uno de los animales con
peor fama entre los niños. El hombre del saco y el “coco” son
otros entes amenazadores que aún se emplean como instrumento
corrector como en el repetido “comételo todo que viene el coco”.
Dentro
de esta sobreprotección surge el inculcar a los niños el miedo a
los perros, en concreto, pues suponemos que es más fácil
aterrorizarlos planteándolos como una amenaza que razonar con el
niño qué conductas son adecuadas y cuáles no para evitar
incidentes entre el niño y el perro. Así se coarta la natural
atracción que todos los niños sienten hacia los animales, y sobre
todo hacia los perros por ser estos una presencia habitual de nuestro
entorno. Presenciamos cómo en muchos casos cuando se cruza un niño
con un perro por la calle, algunos padres apartan al niño como si el
animal fuera el mismo diablo hecho carne con un “¡cuidado con el
perro!” o cómo cuando un niño quiere acercarse a un perro se le
dice el famoso “¡a
que te muerde!”.
Resulta que muchos de nuestros miedos son aprendidos en la infancia y
que nuestros padres tienen un papel importante en ese aprendizaje. En
un documental se hizo una prueba, no apta para fóbicos a los
reptiles, con una serie de niños de unos doce meses. Se les ponía
en un entorno doméstico rodeados de serpientes mientras eran
observados por sus madres. En los casos en que la madre observaba la
escena relajada, con una sonrisa, ese niño también sonreía y
permanecía confiado y tranquilo jugando con los animales; sin
embargo, si la madre permanecía tensa y con cara de terror, el niño
lloraba y buscaba refugio en ella. Si con un animal tan peculiar la
confianza de la madre consigue una reacción tan favorable del
pequeño es fácil imaginar lo que se podría lograr con los perros.

En
este artículo vamos a dar una serie de pautas muy sencillas que,
junto al sentido común de cada progenitor, contribuyan a que la
relación entre niños y perros sea segura y agradable. También
tenemos que considerar el sentido común de los propietarios de
perros que a veces parece inexistente. Los perros deberían pasear
siempre con correa y sólo correr sueltos en parques y jardines,
respetando las áreas de uso infantil. No todos los perros pueden
correr sueltos, en un mundo ideal sólo lo harían aquellos que
acudieran a la llamada de su dueño y que entendieran el significado
de la palabra “no”. Y acudir a la llamada no es que tras
desgañitarte repitiendo treinta y dos veces su nombre, tu querido
amigo de cuatro patas pierda ya el interés por aquello que había
llamado su atención y vuelva coincidiendo con tu último grito. No,
eso no es acudir a tu llamada. Si lo que llamaba su atención era un
pequeñuelo de padres inseguros, ya tienes ahí una típica trifulca
de parque.
¿Puedo
acariciarlo?
Como
norma básica los niños tienen que preguntar siempre al dueño del
perro si pueden acariciarlo, y nunca intentar acariciar a un perro
que esté suelto pues no está su dueño cerca y desconocemos su
carácter y posible reacción. Puede ser amistosa, pero aún así
podría golpear al niño jugando.
Nunca
deben acercarse a un perro que esté atado en la calle. En esa
situación puede sentirse inseguro y amenazado si intentamos
interactuar con él, pues no puede huir si le estuviéramos
molestando.
Para
acariciar a un perro hay que hacerlo siempre por delante, de modo que
te vea llegar y tu presencia no lo sorprenda. Las caricias que sean
en el lomo y no en la cabeza.
Hay
que estar tranquilo
Los
perros se pueden alterar ante los gritos y aspavientos. Los niños
deben estar relajados y hablar a los perros en un tono normal. No
deben, ni siquiera jugando, golpearlos ni acercarse a ellos con
objetos que el animal pueda considerar una amenaza: palos, espadas de
juguete, etc.
Cuidado
con las chuches
Los
niños tienen que aprender desde muy pequeños que no pueden dar a
los perros golosinas o cualquier alimento sin consultar a un adulto;
el animal ansioso podría morderles accidentalmente o, en el mejor de
los casos, el perro podría indigestarse.
Aprender
a entenderlo
Es
importante que los pequeños conozcan las señales de los perros. Si
el animal se aleja de él, o si gira la cabeza hacia el lado
contrario, se está empezando a sentir agobiado o inseguro y es mejor
dejarlo tranquilo. Por el mismo motivo, no deben arrinconarlo pues el
carecer de la posibilidad de escape puede provocar en él un
comportamiento agresivo.
Jugar
sin molestarlo
Otro
aspecto importante es que el niño sepa distinguir lo que es
realmente un juego entre ambos de lo que puede llegar a ser una
tortura para el animal. Tirarle de las orejas, o del rabo, meterle
los dedos en la boca o en los ojos, arrojarles objetos o disfrazarlos
pueden ser situaciones muy desagradables para el animal que, para
escapar, puede llegar a mostrarse agresivo.
La
propiedad ajena
El
niño nunca debe intentar quitarle algo al perro. Si este, jugando,
se lleva algún objeto del niño, el pequeño debe pedir ayuda a un
adulto para recuperarlo.
Evitar
su excitación
Un
perro excitado no debe confundirse con un perro divertido. Algunos
niños estimulan la excitación del animal porque les resulta
gracioso verlo saltar, ladrar reiteradamente, correr en círculos…
Aprenden qué acciones propias provocan dichos comportamientos en los
animales y las reproducen. Los adultos debemos evitarlo pues ese
grado de excitación en el animal puede desencadenar conductas
imprevistas que no sean de nuestro agrado.
Las
palabras
Como
comentábamos al inicio, nuestra forma de expresarnos es muy
importante para que los niños no tengan miedo. Evitemos el “¡cuidado
con el perro!”, “¡no lo toques!” y “¡a ver si te va a
morder!” y empleemos los más educativos “ahora no lo molestes”,
“mejor déjalo tranquilo” o “no juegues así”, en un tono
tranquilo, sin levantar la voz ni mostrar nerviosismo, explicándole
el porqué de cada indicación.
Amistad
y empatía
Siguiendo
estos consejos, los niños podrán convivir con los perros en
sociedad y disfrutar de una de las formas de amistad más hermosas,
sino
la
más hermosa dada su nobleza, mientras aprenden el valor del afecto
desinteresado y la capacidad de empatía con los más débiles.