viernes, 6 de marzo de 2015

Niños y perros; amor y respeto

Los animales pueden aportar importantes enseñanzas a los niños. Su conocimiento y estudio está lleno de oportunidades a través de las que trasladar a los más jóvenes diferentes referencias de compañerismo y superación. Los animales domésticos, además, tienen la indudable ventaja de su cercanía; conviven con nosotros desde hace miles de años lo que los posiciona como un referente cercano y muy familiar. Pero esa cercanía tiene un lado peligroso, paradójicamente es esa convivencia la que a veces provoca incidentes nacidos de la ignorancia que, afortunadamente, en la mayoría de los casos, son perfectamente evitables.



Los adultos muchas veces sobreprotegemos a los niños y utilizamos el miedo para lograr ciertos comportamientos en ellos. De todos es conocido cómo los cuentos infantiles tradicionales parcelaban el entorno del niño entre lugares seguros e inseguros. Caperucita roja, es un buen ejemplo; no había que aventurarse en el bosque a según qué horas pues podía comerte el lobo, así sin más explicaciones. El pobre lobo es, gracias a estos cuentos, uno de los animales con peor fama entre los niños. El hombre del saco y el “coco” son otros entes amenazadores que aún se emplean como instrumento corrector como en el repetido “comételo todo que viene el coco”.

Dentro de esta sobreprotección surge el inculcar a los niños el miedo a los perros, en concreto, pues suponemos que es más fácil aterrorizarlos planteándolos como una amenaza que razonar con el niño qué conductas son adecuadas y cuáles no para evitar incidentes entre el niño y el perro. Así se coarta la natural atracción que todos los niños sienten hacia los animales, y sobre todo hacia los perros por ser estos una presencia habitual de nuestro entorno. Presenciamos cómo en muchos casos cuando se cruza un niño con un perro por la calle, algunos padres apartan al niño como si el animal fuera el mismo diablo hecho carne con un “¡cuidado con el perro!” o cómo cuando un niño quiere acercarse a un perro se le dice el famoso “¡a que te muerde!”.

Resulta que muchos de nuestros miedos son aprendidos en la infancia y que nuestros padres tienen un papel importante en ese aprendizaje. En un documental se hizo una prueba, no apta para fóbicos a los reptiles, con una serie de niños de unos doce meses. Se les ponía en un entorno doméstico rodeados de serpientes mientras eran observados por sus madres. En los casos en que la madre observaba la escena relajada, con una sonrisa, ese niño también sonreía y permanecía confiado y tranquilo jugando con los animales; sin embargo, si la madre permanecía tensa y con cara de terror, el niño lloraba y buscaba refugio en ella. Si con un animal tan peculiar la confianza de la madre consigue una reacción tan favorable del pequeño es fácil imaginar lo que se podría lograr con los perros.


En este artículo vamos a dar una serie de pautas muy sencillas que, junto al sentido común de cada progenitor, contribuyan a que la relación entre niños y perros sea segura y agradable. También tenemos que considerar el sentido común de los propietarios de perros que a veces parece inexistente. Los perros deberían pasear siempre con correa y sólo correr sueltos en parques y jardines, respetando las áreas de uso infantil. No todos los perros pueden correr sueltos, en un mundo ideal sólo lo harían aquellos que acudieran a la llamada de su dueño y que entendieran el significado de la palabra “no”. Y acudir a la llamada no es que tras desgañitarte repitiendo treinta y dos veces su nombre, tu querido amigo de cuatro patas pierda ya el interés por aquello que había llamado su atención y vuelva coincidiendo con tu último grito. No, eso no es acudir a tu llamada. Si lo que llamaba su atención era un pequeñuelo de padres inseguros, ya tienes ahí una típica trifulca de parque.

¿Puedo acariciarlo? 

Como norma básica los niños tienen que preguntar siempre al dueño del perro si pueden acariciarlo, y nunca intentar acariciar a un perro que esté suelto pues no está su dueño cerca y desconocemos su carácter y posible reacción. Puede ser amistosa, pero aún así podría golpear al niño jugando.
Nunca deben acercarse a un perro que esté atado en la calle. En esa situación puede sentirse inseguro y amenazado si intentamos interactuar con él, pues no puede huir si le estuviéramos molestando.
Para acariciar a un perro hay que hacerlo siempre por delante, de modo que te vea llegar y tu presencia no lo sorprenda. Las caricias que sean en el lomo y no en la cabeza.
Hay que estar tranquilo
Los perros se pueden alterar ante los gritos y aspavientos. Los niños deben estar relajados y hablar a los perros en un tono normal. No deben, ni siquiera jugando, golpearlos ni acercarse a ellos con objetos que el animal pueda considerar una amenaza: palos, espadas de juguete, etc.
Cuidado con las chuches
Los niños tienen que aprender desde muy pequeños que no pueden dar a los perros golosinas o cualquier alimento sin consultar a un adulto; el animal ansioso podría morderles accidentalmente o, en el mejor de los casos, el perro podría indigestarse.

Aprender a entenderlo

Es importante que los pequeños conozcan las señales de los perros. Si el animal se aleja de él, o si gira la cabeza hacia el lado contrario, se está empezando a sentir agobiado o inseguro y es mejor dejarlo tranquilo. Por el mismo motivo, no deben arrinconarlo pues el carecer de la posibilidad de escape puede provocar en él un comportamiento agresivo.

Jugar sin molestarlo

Otro aspecto importante es que el niño sepa distinguir lo que es realmente un juego entre ambos de lo que puede llegar a ser una tortura para el animal. Tirarle de las orejas, o del rabo, meterle los dedos en la boca o en los ojos, arrojarles objetos o disfrazarlos pueden ser situaciones muy desagradables para el animal que, para escapar, puede llegar a mostrarse agresivo.

La propiedad ajena

El niño nunca debe intentar quitarle algo al perro. Si este, jugando, se lleva algún objeto del niño, el pequeño debe pedir ayuda a un adulto para recuperarlo.

Evitar su excitación

Un perro excitado no debe confundirse con un perro divertido. Algunos niños estimulan la excitación del animal porque les resulta gracioso verlo saltar, ladrar reiteradamente, correr en círculos… Aprenden qué acciones propias provocan dichos comportamientos en los animales y las reproducen. Los adultos debemos evitarlo pues ese grado de excitación en el animal puede desencadenar conductas imprevistas que no sean de nuestro agrado.

Las palabras

Como comentábamos al inicio, nuestra forma de expresarnos es muy importante para que los niños no tengan miedo. Evitemos el “¡cuidado con el perro!”, “¡no lo toques!” y “¡a ver si te va a morder!” y empleemos los más educativos “ahora no lo molestes”, “mejor déjalo tranquilo” o “no juegues así”, en un tono tranquilo, sin levantar la voz ni mostrar nerviosismo, explicándole el porqué de cada indicación.

Amistad y empatía

Siguiendo estos consejos, los niños podrán convivir con los perros en sociedad y disfrutar de una de las formas de amistad más hermosas, sino
la más hermosa dada su nobleza, mientras aprenden el valor del afecto desinteresado y la capacidad de empatía con los más débiles.

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