Nuestra Tarti, Tartufi, Tartaleta
(nuestra familia es magistral para llamar a nuestros peludos de mil
maneras y ellos, con sus mentes abiertas, contestan a todos los
apelativos sin problema) llegó a casa de “acogida”. Había sido
abandonada y estaba preñada cuando la organización El Refugio la
rescató. Al poco tiempo alumbró una camada de perros calcados a
ella que se llamaron Brioche, Donut, Bizcocho… Tras el parto y
cumplir con la lactancia, llegó a nuestra casa y nos cautivó a
todos. Iba a estar una semana en espera de que pudiera entrar en el
centro de adopción pero, de un modo “que sí pero no”, todos
sabíamos que se había hecho con nosotros. De eso hace ya más de
tres años.
Tarta es un cielo, y no es que lo
digamos nosotros, lo dicen las gentes por las calles, de verdad, no
es que hagan masa y se manifiesten, es más a cada paso que damos con
ella, en los parques, por la acera, amigos y conocidos, Tarta cautiva
a todo bicho viviente. Bueno con los felinos no, ella pone todo de su
parte, los persigue por los pasillos, se lanza al sofá en el que
tranquilamente dormitan, intenta jugar con ellos dándoles con sus patazas, se come su comida… pero nada, oye, que ellos no son muy
receptivos, no, vete tú a saber por qué.
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